El farolero andaba, llama en la mano,
Por calles de piedra, en un cielo temprano.
Encendía cada luz, con voz contenida,
Y susurraba su nombre, la estrella perdida.
Ella era un astro, de otro tiempo lejano,
Un recuerdo ardiente, eterno, humano.
Las ventanas brillaban con calidez,
Pero él buscaba solo una vez.
Encendía sombras, cuidaba el fuego,
Nombraba su amor sin ningún ruego.
Mientras dormía toda la ciudad,
Buscaba su rastro en la oscuridad.
La vio danzar entre niebla y luz,
Con la promesa de alguna cruz.
Hermosa y triste, en su resplandor,
Era su guía, su único amor.
La tocó con manos del recuerdo,
Donde el sueño y la vigilia acuerdan.
Un paso, un soplo, un rezo fugaz,
Para encontrarla en la bruma tenaz.
Y cuando el cielo empezó a brillar,
En un sueño la volvió a abrazar.
Ya no era un eco, ni ilusión fiel,
Era su estrella viva en la piel.
El farolero se aleja en la calle,
Con su última llama, su último valle.