La Cueva
Por Joaquin G.
Polvo. Siglos de él, cubriendo la piel rugosa de la cueva. Mi lámpara frontal, un sol débil en las fauces abiertas de la tierra.
Entonces, un destello. Oro, frío y pesado en mis manos temblorosas. Un libro, encuadernado en secretos, susurros de una lengua perdida en el tiempo.
El aire se espesó, un peso oprimiendo mi pecho, instándole a abrirlo, a beber las palabras, las historias, el conocimiento prohibido.
Mis dedos trazaron la inscripción, un nombre, una advertencia, una profecía desplegándose bajo mi tacto.
La luz brotó de las páginas, cálida y acogedora, atrayéndola más profundamente al corazón de la tierra, al corazón del libro.
Sombras danzaban en la luz parpadeante, retorciéndose, tomando formas familiares.
El miedo, una serpiente, se enroscó en mis entrañas, pero la sed de conocimiento ardía con más fuerza, empujándome hacia adelante, siempre adelante.
Leí.
La cueva gimió, una canción de cuna y un lamento. Mi lámpara frontal parpadeó, una vez, dos veces.
Oscuridad.
Una carcajada resonó en la negrura, seca como un hueso y escalofriante.
El brillo de unos dientes, una luna creciente en el abismo.