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El Maestro y el Vals Perdido

Escuché un piano roto sonar,
desde un viejo salón clausurado.
Me detuve en la acera, al anochecer,
y dejé que las notas, aunque fracturadas,
me contaran lo olvidado.
¿Chopin, tal vez…?
O solo el eco de algo que se ha marchado.

Le decían “Maestro,” con su abrigo raído,
dedos manchados por el tiempo perdido.
Llegaba al crepúsculo, con ojos de tinta,
y un silencio antiguo que aún se pinta.
Dicen que un día dirigió los grandes teatros,
donde el oro y los aplausos eran sagrados.

Ahora toca para gatos y sombras bajo la lluvia,
para turistas que dejan monedas,
y fantasmas sin ninguna culpa.
Con su taza vieja, su banco de madera,
y un vals que duele
como la espera sincera.

Habla de Viena,
de cortinas rojas y luces doradas,
de música como lluvia
y ovaciones derramadas.
Hoy solo el viento escucha su canción,
cuando cae la madrugada.

La ciudad gira, las farolas brillan,
y el Maestro tararea un compás—
Algo de un vals perdido,
y de una estrella fugaz.
No es un mendigo cualquiera…
es memoria,
y un viejo compás.

Volví a escuchar aquel piano roto…
y en el silencio, dejó sonar lo que queda.