La vi dibujar estrellas en un muro gris,
su carbón bailaba, una galaxia en su raíz.
La luz del tren parpadeó, el ruido cesó,
dibujó a Orión, donde la calma nació.
Hija de estrellas, Sarah, con el cosmos en su voz,
oyendo susurros de un tiempo atroz.
Trazó el vacío, donde fluyen los recuerdos,
y me dijo dónde van los astros muertos.
Su pelo como cometas, gris y sin peinar,
envuelta en mapas celestes para soñar.
“¿Lo oyes?” —dijo— “la voz del infinito,”
eco del principio, bajo el concreto bendito.
Hablaba de agujeros y soles por nacer,
del silencio que en el alma suele doler.
Por un pan o sonrisa soltaba su verdad,
rompiendo el neón con su claridad.
Sarah de estrellas, profeta de lo sutil,
marcando galaxias en el perfil.
Conductora del cosmos, bajo el farol,
susurró dónde va cada estrella sin sol.
Una señal de Andrómeda cruzando el cielo—
No era solo una sin casa…
Era eco de lo eterno.